A Beethoven se le atribuye la frase “Debería haber un
gran almacén de arte en el mundo al que el artista pudiera llevar sus obras y
desde el cual el mundo pudiera tomar lo que necesitara”. Así, como Julio Verne visionó Internet, Beethoven pensó la posibilidad de crear
un gran almacén de música. Hoy, gracias a Internet, esto es posible.
En las últimas dos décadas, una serie de avances
tecnológicos han transformado y están transformando las formas de producción y
distribución musical, y con ello, la industria discográfica.
Es intención de este post, no sólo discutir cómo estas
tecnologías han influido en la industria, sino la evolución que ha seguido el
fenómeno de la piratería.
A comienzos de los 90 asistimos al decaimiento del mercado
de las cintas de casette como soporte para escuchar música y al auge de los CDs.
Ya entonces existían formas sutiles de piratería, y muchas personas grababan
música directamente de la radio en sus cintas, o se intercambiaban CDs que
luego eran copiados gracias a programas como NERO o EasyCD Creator. Legalmente
la distribución inadecuada de contenidos era perseguida, pero la imposibilidad
de encontrar pruebas del delito (más alla del conocido top-manta) generaba que
la ley apenas tuviera efecto sobre el consumidor habitual.
El nacimiento del formato mp3 en 1995 permitió compresión de
los archivos de audio, aumentando su facilidad de transmisión y distribución a
través de la red. La tecnología fue aprovechada por empresas como
Napster y AudioGalaxy, que provocaron el masivo intercambio de este tipo de
ficheros y revolucionaron el mundo de las descargas. El intercambio de archivos
de audio se convirtió en una práctica habitual (Napster alcanzó un pico de 26,4
millones de usuarios en febrero de 2001) y varias discográficas, ante su
pérdida de mercado iniciaron procesos judiciales contra esta empresa. En 2001 la
empresa fue obligada a cerrar y muchos usuarios emigraron hacia otras como
Ares, Morpheus, Kazaaa o eMule. El resto de compañías mencionadas que copiaron
su sistema P2P fueron igualmente derribadas o se vieron obligadas a drásticos
cambios por circunstancias similares.
Otras empresas como Megaupload o Rapidshare tomaron el
relevo, habiéndose también visto inmersas en procesos judiciales recientemente,
acusadas de delitos de piratería y violación de derechos de autor. Cierto es
que muchas discográficas y artistas afamados han perdido cuantiosas sumas de
dinero debido a la existencia de estas web, pero también lo es que otros han
sabido aprovechar la oportunidad brindada por las mismas para promocionarse.
Paralelamente, a las descargas páginas como YouTube o
Spotify ofrecen la posibilidad de escuchar música online, pudiendo accederse a
ellas, ya no solo desde un PC sino desde cualquier terminal móvil con acceso a
Internet.
En cuanto al devenir del negocio discográfico a corto plazo,
leyes como la Ley Sinde-Wart o la Ley S.O.P.A. han supuesto una serie de trabas
para este tipo de compañías y la descarga de archivos de audio.
Muchos consideran estas leyes como un atentado a la libertad de expresión. Sin embargo, parece imposible luchar contra aquello que al ser humano le resulta inevitable y ante tales leyes es seguro esperar nuevas propuestas que consigan bordearlas y revolucionen de nuevo el mercado discográfico.